Imaginemos que para este comienzo de año (2015) les regalo unos lentes nuevos. Los lentes de la abundancia.
Fui criada por padres que se esforzaron en (y lograron) darme la mejor educación y la mejor infancia posibles. Sin embargo, con el tiempo detecté algo muy sutil: un velo de escasez, una mirada de “en cualquier momento no hay más”.
¿Podemos sumar que soy porteña y vivo en Argentina? La queja y sensación de escasez son cotidianas, común denominador en nuestra cultura. Y apuesto que pocos cuestionamos esta forma de ver el mundo.
El puntapié inicial lo tuve en un pueblo pintoresco de Laos, conversando con un monje adolescente donde su alegría y frescura para sentirse pleno y con todo por hacer me dejó con infinitas preguntas – muchas de las cuales no pretendo contestar jamás porque las extrañaría. Realicé ese viaje por distintos países del sudeste asiático en plena crisis económica y política del país. Mientras veía niños amputados pero sonrientes, mujeres con bebés a cuestas sembrando arroz sin dejar de cantar entre ellas, recibía mails que decían: “No vuelvas, esto es un caos, buscá trabajo allá”. Tremendo contraste: a pesar de ser pueblos más pobres y más golpeados que el nuestro, la alegría está.
Volví dispuesta a no contagiarme del contexto, sea cual fuere porque no existe “la realidad” (¡como tampoco existe la verdad!), sino interpretaciones de la misma. Lección 1: sostener la mirada de abundancia aun en contextos que promueven lo contrario.
Algunas personas sueñan más grande que otras, casi por default. No escatiman en recursos ni al dar ni cuando imaginan recibir. “De algún lado va a venir”, “vengan todos a casa, algo siempre hay para comer” y así.
Lección 2: Podemos habilitar nuestra abundancia tanto cuando pensamos en qué queremos recibir como en cuánto podemos dar y esta mirada aplica a infinitas matices en nuestras vidas desde lo material y profesional hasta las relaciones y emociones.
Un día lo dije: “la escasez no es más mi modo de ver las cosas; a partir de ahora, pienso en abundancia”. Aunque implique animarme a tener un estilo de vida mejor al de mis ancestros; aunque me ría de mi misma por fijar objetivos muy grandes para mi presente.
Lección 3: Manifestalo. Si te comprometés con vos misma y crees en esta mirada, salvo algunos tropiezos, obtendrás evidencia de que la abundancia trae abundancia.
No sé si hay una lección 4. No creo en los how-to cerrados, hablemos de preguntas y recorridos, en eso sí creo y recorriendo estoy – ¡y cuántas veces retrocedo casilleros!
Practicar la abundancia no tiene que ver con un positivismo extremo ni con la negación a afrontar problemas reales y concretos. Es el ejercicio de entender que a veces nos ponemos techos más bajos de los necesarios, desestimamos nuestras habilidades y las infinitas oportunidades que el universo nos regala día a día.
La queja es un subtema dentro de la escasez y podemos contraponerlo con la gratitud en la abundancia. Dejemos de quejarnos, de pensar para menos y en escenarios lineales.
Pensemos en múltiplos, en universos paralelos, en que entre muchos podemos hacer más y que siempre habrá oportunidades. Y seamos agradecidas.
Nos deseo un 2015 de abundancia y juntas. Brindo por más búsquedas y por diseñar nuestras vidas.
Prueben sus lentes nuevos y me cuentan.
May.
Columna publicada en revista Ohlalá en el mes de Enero de 2015.
Javier says
“soy porteñ@ y vivo en Argentina? La queja y sensación de escasez son cotidianas, común denominador en nuestra cultura. Y apuesto que pocos cuestionamos esta forma de ver el mundo.” Esto que decís es tan fantástico como el tango Cambalache cantado por Julio Sosa. Que dice el que no llora no mamá..