“Yo estoy bien, te diría disfrutando. Pero cuando pienso en la cantidad de personas sufriendo, se me estruja el pecho. ¿Qué puedo hacer con esta angustia?” Hoy te invito a verlo como compasión.
Si te sentís identificada, quiero decirte: te entiendo! Y no hace falta que me expliques si sos hipersensible o alguna otra etiqueta personal.
Quiero desafiarte. Primero, ¿por qué crees que deberías hacer algo para dejar de sentirte así?
Lo que muchos estamos sintiendo (que llamamos angustia) es profunda compasión. Angustia (¿o será compasión?) pensando en las personas que están solas o lejos de sus seres queridos, angustia (¿o será compasión?) por quienes no pueden salir a trabajar y peligra su situación financiera. Tal vez hasta sabemos que somos privilegiadas por estar fuera de peligro por ahora.
Y desde la mirada budista, la compasión es la máxima emoción. La más pura, la que permite que tu corazón se abra.
Uy, pero esto de que el corazón se abra, duele. Claro, hasta que te acostumbres. Son siglos de crear barreras para que eso no pase a través de dogmas, condicionamientos y programaciones. Entonces, si en momentos así, se vuelve impulso, ¿por qué no tomarlo como una invitación? Una invitación a vivir una vida desde la compasión.
Para no ir sólo a las enseñanzas de Buda, te regalo una frase de María Teresa de Calcuta (adaptá la parte de Dios a lo que más te resuene): “May God break my heart so completely that the whole world falls in.” (algo así como “Que Dios rompa mi corazón tan completamente que el mundo entero pueda caer dentro”).
Entonces, si duele el pecho, que duela. Y que esa apertura nos regale la oportunidad de vivir nuestra vida más intensamente, más agradecidas y con más autenticidad.
No sos rara, estás sintiendo compasión.
Que así sea.
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