¿Te sentís bien con vos misma o sos de resaltar todo eso que todavía no sos o no lográs hacer? ¿Cómo salís de momentos en donde solo podés pensar cosas feas? ¿Distinguís qué pensamientos de poca autoestima se repiten? Hablemos hoy de nuestros complejos, ¿te parece?
Esta columna se la dedico a la May Groppo de 1989. No existía Ohlalá ni los blogs y las chicas de doce años no teníamos dónde hablar de nuestros complejos y miedos.
La verdad es que esto podría haberme dado un respiro en plena pubertad, pero mi autoestima no mejoró mucho estos años posteriores, así que bienvenida columna sobre un tema que sigue vigente en mi versión adulta también. Sin embargo, si todavía estás en el colegio, lee esto porque no te pasa solo a vos!
Nos vemos horribles. Nos sentimos invisibles. Creemos que los demás tienen todo planeado y encaminado salvo nosotras. Nos creemos una farsa. Nuestros complejos no nos permiten disfrutar. Y así. Hay días que esa charla interna gana y solo queremos irnos a dormir.
En definitiva, tenemos miedo de no ser suficiente para las personas que apreciamos, para el mundo entero, porque definitivamente esos días no somos suficiente para nosotras mismas.
Para Poner en Práctica
Quiero compartir las tres acciones que más me han servido en momentos así.
1/ El increíble Eckhart Tolle explica que no somos nuestros pensamientos. No somos nuestra mente. Por eso, lo primero que tenemos que intentar hacer en esos momentos donde nuestros pensamientos no dejan de castigarnos es tratar de ser observadores, dar un paso atrás y escuchar nuestro monólogo. Darnos cuenta que esa voz (que podemos llamar ego) no es quien en realidad somos.
En la práctica, cuando entramos en un espiral de pensamientos, podemos frenar lo antes posible y escucharlos como un pésimo programa de radio. En el momento en que lo hacemos, estamos debilitando a la mente parados desde la conciencia (eso que sí somos en términos de Tolle).
2/ Crear hábitos vinculados a meditar (¿10 minutos diarios?) o practicar estar 100% presentes en la actividad que sea que estamos haciendo, sirve muchísimo para aquietar la mente y desintoxicar.
3/ Otra opción es ponernos al servicio de los demás. No importa la edad que tengas o qué sepas hacer, apenas le das una mano a alguien, esos pensamientos desaparecen y la energía ya es otra. Nos da algo de qué ocuparnos y nos recuerda que todos podemos elegir dar en vez de aislarnos.
4/ Por último, movernos. Si no estás con ganas de apagar esa radio interna sintonizando una potente playlist (real) y sacudiendo las nalgas, por lo menos salí a caminar. Movernos libera endorfinas lo que hace que le regalemos automáticamente a nuestro metabolismo un poco de “hormonas de la felicidad”. Usar el cuerpo le quita protagonismo a la mente y de a poco logramos tomar cierta distancia de ese monólogo descontrolado.
La gran paradoja es que a veces solo necesitamos que el tiempo nos demuestre que todo eso que nos acomplejaba es aquello que nos hace únicos, que malinterpretamos nuestros dones y tapamos nuestra unicidad aún antes de poder compartirlos. Ojalá no lo hagas.
Y ojalá podamos aprender a vernos como si fuera a través de los ojos de esas personas que tanto nos quieren. Con amor y sin nuestra propia interferencia. Nuevamente, menos cabeza y más corazón.
May.
Columna publicada en revista Ohlala en Octubre 2017.
+info:
Para profundizar más en lo poco que logré contarte sobre Tolle, podés leer “El Poder del Ahora”. Una genialidad del mindfulness.
Headspace: podés probar esta app para empezar a crear el hábito de meditar, aun si es 5 min por día al principio.
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