A simple vista podríamos decir que es el título más contradictorio de la historia. Hablar de resignificar nuestros límites no es fácil porque están anclados en momentos históricos y culturales que hacen que solamente mencionarlos sonemos retrógradas o “mano dura”. Exageraciones que no nos hacen bien, así que hablemos igual.
Sugiero exploremos este tema con dos miradas: los límites hacia los demás y los nuestros.
Con nuestros hijos
Mi mamá es Coach Ontológico y le gusta ser precisa con las palabras, en contexto de crianza ella habla de DAR límites ya que los vincula a dar “un marco de referencia elegido de valores” sumado a las acciones que acompañarán estos principios día a día.
Si tenés hijos, te habrás escuchado decir “te juro que parecía que me estaba probando, pedía que lo frene”. Como padres nos damos cuenta que el límite pasa a ser un acto de amor y en mi casa tiene que ver con generar hábitos (a qué hora irse a dormir), promover el autocontrol (cuánto tiempo usar el iPad), ser respetuosos con los demás (no maltratar a un hermano).
Con otras personas
Con adultos es distinto. Hay personas tan centradas en sí mismas que si no ponemos límites, nos debilitan. Cada vínculo es tan particular que excede ser abordado en esta columna, sólo me atrevo a comentarles que desde lo práctico, lo que me sirve es intentar detectar si me pasa en algún contexto puntual o si hay situaciones disparadoras y busco acotar eso. Menos roce.
“Me la banco, me la banco, me la banco hasta que exploto y me voy”. Díganme que no me pasa a mí sola, ¡por favor! Hace dos años estoy aprendiendo a no pegar más portazos emocionales. ¿Cómo? Ya lo hemos conversado en otras columnas: no hacer suposiciones y tener conversaciones relevantes a tiempo.
Nuestros límites emocionales o heredados
Hay límites que creemos tener de “fábrica” ya sea por creencias, religión, experiencias pasadas o cómo fuimos educados. Desde ajustarnos a una descripción estándar de nuestras profesiones hasta el rol del sexo en nuestras vidas, no importa el tema, nuestros pensamientos iniciales siempre están enmarcados por nuestros límites. Verlos e ir más allá hace que logremos tomar decisiones en total libertad. Eso sí, les advierto que superar estos límites emocionales nos va a provocar culpa porque desafiamos mandatos muy arraigados. Cuando hacemos la transición y aparece este sentimiento es que de verdad estamos saliendo de nuestra zona de confort hacia territorios no explorados.
Los límites que sirven
Si sentís que no te alcanza la vida para hacer todo lo que pretendés o el balance entre tu trabajo y estilo de vida no es fabuloso, está buenísimo detectar lo siguiente: ¿cuándo es suficiente? ¿Estás satisfecha o cómoda? Que estas preguntas funcionen como un cartel de neón para evitar esos portazos emocionales o el agotamiento extremo.
Lo que podemos hacer es ir buscando nuestra propia fórmula. Hay personas que son estrictas con sus horarios y a las seis de la tarde desenchufan y ya. Tengo amigas que trabajan desde su casa y decidieron que el límite era físico; trabajan en un escritorio puntual. Conozco muchas parejas que sacaron la tele de su habitación.
No hay una receta única, lo importante es que seamos consciente de necesitar esos límites y su función (para qué los estamos usando).
Al conocer los límites que funcionan para nosotras y desarticular aquellos emocionales que nos estancan, diseñamos nuestras vidas y somos protagonistas una vez más.
May.
Columna publicada en revista Ohlalá en el mes de Marzo de 2015.
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